Nadie es eterno, ni siquiera aquellos que fueron bendecidos con un nivel extraordinario de creatividad e innovación, como lo fue Steve Jobs. En realidad, no es necesario. Siempre he creido que la vida bien llevada, aunque breve, puede ser considerada una vida plena. Y la de Steve Jobs, francamente, tiene los ingredientes que un hombre promedio hubiera juntado en tres vidas.
No solo fue el hombre que creo Apple, fue despedido de su empresa y volvió triunfante a ella para salvarla de la quiebra (dándonos, de paso, la iMac, el iPod, el iPhone y el iPad) sino que también fue el niño que fue dado en adopción por su madre biológica y que decidió no seguir gastando el dinero de sus padres adoptivos en una universidad en la que sentía que no hacía algo que amara.
Ese es el más grande legado que Jobs nos puede dejar: la certeza de que se pueden hacer grandes cosas si hacemos las cosas que amamos. Su vida es la prueba de que esto no es solo teoría, es realidad.
Su famoso discurso en la Universidad de Stanford.
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